Me resulta inevitable pensar en una falda de tul sin que acuda a mi mente la imagen de Carrie Bradshaw, la periodista más fashionista que la ficción televisiva haya ideado. En concreto, en esa escena donde se hace paso entre la gente y el tráfico de una bulliciosa calle de Manhattan, cuando se ve desagradablemente sorprendida por la salpicadura que ocasiona un autobús municipal al atravesar un charco. ¿os acordáis?
La escena, como ya os habréis dado cuenta, pertenece a un capítulo de la serie Sexo en Nueva York, rodada entre los años 1998 y 2004, que catapultó como icono de la moda a Sarah Jesicca Parker, la actriz que dio vida al personaje de esta columnista que se derretía ante unos Manolo’s.
Tras los estilismos de Carrie se encontraba Patricia Field, considerada por sus trabajos, entre ellos también los estilismos de la película «El Diablo se viste de Prada«, como una pionera y una visionaria en el mundo de la moda. Y tanto que sí, pues ya hace más de una década que concluyó la serie (exceptuando las películas de Sexo en Nueva York estrenadas en 2008 y 2010) y muchos de los looks que Carrie Bradshaw lucía en la pequeña pantalla siguen estando vigentes, entre ellos, las faldas de tul.
Desconozco si Patricia Field se adelantó a la tendencia o ayudó a que se impusiese algún año después, o ambas cosas, pero lo cierto es que desde hace varias temporadas las faldas de tul no dejan de hacer acto de presencia en los escaparates de las tiendas, en revistas y blogs de moda y en redes sociales.
Las vemos en looks reservados para ocasiones más formales, como los de una invitada a una ceremonia nupcial, pero cada vez más se incorporan al streetstyle, desenfadándolas con unas sneakers o una cazadora motera, o una camisa vaquera, o unas botas de media caña, u otro tipo de atrevidos complementos que le sacuden ese aire principesco (si es que es posible).
Todo esto me está ayudando a mirar esta prenda con otros ojos. Así que, quien sabe si donde antes veía un «caprichillo de princesa» acabo por ver un básico de armario. Porque aunque me cueste admitirlo, lo confieso: yo también he querido en alguna ocasión ser una Carrie Bradshaw, incluso aunque un autobús municipal me calase hasta los huesos al cruzar un charco.
Valora este post: